En los veranos de mi infancia solía montar en bici con mi primo. Un día se me pinchó una rueda. Mi primo era (y sigue siéndolo) más mañoso que yo, así que desmontó la cubierta y sacó la cámara. Yo creí que deberíamos cambiarla por una nueva, pero me enseñó a detectar el pinchazo. Llenamos un barreño de agua y sumergimos la cámara en su interior. Las burbujas aparecieron pequeñas como puntos suspensivos. Averiguado el punto de fuga, le pusimos un parche y creo que la cámara aguantó todo el verano.
El blog que señaló ayer Mr. Orange me ha hecho reflexionar acerca de los secretos. Más concretamente, acerca de la gente que no aguanta sin soltar un secreto (todos, en alguna ocasión, pertenecemos a este colectivo). Y, más concretamente, en los que se valen de la confidencia amistosa para utilizarla en tu prejuicio y su beneficio.
No he hecho la prueba, pero a veces me imagino sumergiéndolos unos minutos para comprobar en qué parte de su cabeza se encuentra la fuga, como hizo mi primo aquel día con la cámara de mi bicicleta.
Aunque en este caso las burbujas salieran gordas como puntos finales.
El blog que señaló ayer Mr. Orange me ha hecho reflexionar acerca de los secretos. Más concretamente, acerca de la gente que no aguanta sin soltar un secreto (todos, en alguna ocasión, pertenecemos a este colectivo). Y, más concretamente, en los que se valen de la confidencia amistosa para utilizarla en tu prejuicio y su beneficio.
No he hecho la prueba, pero a veces me imagino sumergiéndolos unos minutos para comprobar en qué parte de su cabeza se encuentra la fuga, como hizo mi primo aquel día con la cámara de mi bicicleta.
Aunque en este caso las burbujas salieran gordas como puntos finales.
2 comentarios:
Lo malo es que no nos hace falta sumergir sus cabezas en agua, lo que sale de ellas son unas volutas grises y apestosas que se ven a kilómetros. Una historia dolorosa, cotidiana y real. Sabes quienes son y hasta donde llegarán.
Es mejor hervir al baño maría.
Publicar un comentario