Coloca el cebo en la punta del anzuelo, metódico, lento, callado, como siempre. A su espalda el espigón desciende bruscamente hacia las vías del tren, embutidas en un estrecho corredor formado por dos alambredas de espino oxidadas. De los pinchos cuelgan girones de plástico, papeles que un día ofrecieron descuentos 2x1 o masajes a domicilio.
Mueve la muñeca sopesando la caña, es una buena caña piensa. La compró con la indemnización que le dieron al cerrar la fábrica. Parece que fue hace siglos y han pasado sólo dos años. En ese tiempo han sucedido muchas cosas. Primero la enfermedad de su madre, rápida como un relámpago. Después la nota de su padre y el bote flotando vacío que encontró la patrullera de la Guardia Civil. Más tarde el viaje a Cuba, las caricias de Rosa, la despedida en el aeropuerto y ahora este invierno tan raro en el que no ha hecho nada de frío...
Una figura se acerca arrastrando los pies, casi no levanta polvo, como si no pesara... Este detalle llama la atención a Mario.
El sol sigue cayendo, dibujando caprichoso sobre la superficie algo encrespada por el poniente. Ella, ahora percibe claramente que es una chica, ya ha sobrepasado los dos postes que sostienen una cadena herrumbrosa que impide el paso de los coches. Es pelirroja y pálida, centellea su pelo alborotado por el viento. Sólo está a tres bloques sucios y medio desmoronados del pretil que separa el camino del malecón. Tiene los ojos verdes y vivos, en contraste con lo éterea que resulta en conjunto. Sigue avanzando hasta situarse a su lado. Justo en ese momento, siente un tirón y ve la boya hundirse con violencia, una, dos, tres veces...
- Es una rosada, dice ella con voz juguetona.
- ¿Cómo lo sabes?- Pregunta él.
- Conozco bien el fondo.
- ¿Sueles venir a pescar?
- No es eso.
- Un nuevo tirón hace que Mario se gire de nuevo hacia la boya. Recoge carrete y ve como se perfila la silueta argentea de su presa. Mira hacia el lugar donde se encontraba ella y no hay nadie. Es imposible que haya desaparecido tan rápido, piensa. Gira la cabeza hacia el fondo del espigón y nada, tal vez en las vías... nada tampoco. Continúa recogiendo el sedal, hasta que la rosada se queda penduleando frente a él y agitándose nerviosa. La desengancha con cuidado y la vuelve a lanzar al mar. Recoge metódicamente los aparejos mientras piensa en la cerveza fría que se tomará al llegar a casa. Justo antes de emprender el camino, descubre en el suelo una lentejuela azul marino, igual a las del brocado que llevaba el vestido de la chica misteriosa. Hace tiempo que Mario dejó de sorprenderse... emprende el camino de regreso hacia la parada del 2B cargado, despacio. A esta hora sale el turno de tarde de la conservera y tal vez, hoy sí tenga suerte y Maika, esa chica mulata tan simpática se siente de nuevo a su lado.
1/6/09
Días de paso...
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