11/10/08

Contra el síndrome de diógenes dulcificado


Así me siento hoy. Es alucinante la costumbre de acumular objetos inservibles que tenemos los humanos en general y los fetichistas descentrados en particular.

Zapatos, las Span Triax que me lesionaron, el primer y único traje, camisetas, polos de playstation, sudaderas de capucha recuerdo sansil XXL... así hasta completar una bolsa de viaje, dos perchas y tres bolsas de basura... ¿Cómo puede caber todo esto en 40m2?

Esta tarde casi he terminado de un tirón Confesiones Personales de un Publicitario de Luis Bassat (Luis y no Lluis porque es lo que viene escrito en la portada). Al principio me ha parecido un texto autocomplaciente y hasta cierto punto grimoso, pero según avanzaba el personaje me ha cautivado, deslumbrado y finalmente arrancado una sonrisa (algo bastante caro estos últimos días). Os dejo con un pensamiento que a putas y eventeros nos conviene tener en cuenta: "Si los clientes y las agencias siguen buscando la excelencia, auguro a la publicidad un gran futuro. Si, por el contrario, las agencias buscan por encima de todo el dinero, y los clientes por encima de todo el ahorro, entonces los días de la buena publicidad están contados. Tocado y hundido Sr Bassat. Qué gran presidente perdió el Barça.
Gracias Alf por dejarme este libro...

Os dejo con una bonita canción dentro de un buen anuncio

9/10/08

El futuro de la humanidad...


... estoy convencido que se encuentra ligado de manera irremediable e inversamente proporcional al número de seres humanos que coleccionarán los infectos cupones del Marca que dan acceso a uno de los artilugios más horteras y horrorosos que ha regalado el "Bazar Decano del Periodismo Deportivo Español": la sandwichera del Real Madrid.

En una época de mi vida, me sentí existencialista y abracé la máxima de descreer de la humanidad pero creer en el ser humano. Ahora, visto esto, he perdido cualquier atisbo de esperanza en todo lo tocante y relativo al homo sapiens.

La vida es una montaña rusa (How´s my little girl)



- ¿Tiene usted el billete?
- Lo siento pero no sabía que...
-Cállese, sólo contésteme si tiene o no el billete
- Bueno yo...
- Ni bueno ni nada, además es usted una birria.
- Oiga que...
- Quite, quite, póngase junto al listón.
- Creo que...
- Lo ve, no llega a la altura, tendrá que esperar al menos un año...
- Pero...
- Ni pero ni nada, deje de molestar y siéntese allí, al lado de Batman, se le ve tan sólo al pobre.
- Es que...
- En un año nos vemos.

Las vagonetas se pierden en el túnel traqueteando cansadas

- Yo sólo quería comprar tabaco...


Inkville



 En Inkville, sólo los felices pueden escribir. Tal vez por eso las tarjetas que se producen en la vieja imprenta al final de la calle principal sean la industria más representativa del lugar. Del azucarado cerebro de los escribanos de Wallace & Sons directamente a los estantes de las papelerías, colmados y tiendas de medio país. Hasta la señora Williams encontró una en un viaje de pesca que realizó junto a su difunto marido a Florida.
Por eso y porque el primer día de frío del otoño todos los varones de la pequeña ciudad se constipan, Earl se siente un tipo raro: siempre está triste, emborrona con fiereza bloc tras bloc y hoy, 9 de octubre se siente más sano que nunca.
Mira por la ventana, el viento juega con el semáforo situado sobre el cruce de Arrow y West. Abre una de las hojas y desnudo, aguanta la respiración intentando que el frío acaricie cada rincón de su cuerpo mientras piensa en las vacaciones pasadas, en la camiseta de basket que acaba de comprar por internet, en las canciones de Steve Wynn en los postres de su madre y en lo maravilloso que sería poder trabajar para el viejo Wallace...