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21/4/08

Happily ever after




La fecha de caducidad de nuestra felicidad está bastante cercana, dice ella.

Él siempre se come los yogures caducados, y no tira el pan de molde hasta que una densa capa verde se posa en las rebanadas, por lo que no le da importancia.

Cuando ella da el portazo, él busca al fondo de la nevera la lata de paté. Cuando la abre, el olor a podrido le recuerda a su corazón.


19/4/08

Agua


Al temporal de las semanas anteriores le ha seguido una etapa de lluvias intermitentes, que calan poco a poco en mi virtud y mi conciencia. De un modo curioso me cuesta desacelerarme y mi mente me pide caña incluso en sábados como el de hoy, en el que el chaparrón continuo invita a la meditación y a la manta de cuadros.

Mi discoteca cerebral me taladró ayer con "Perlas ensangrentadas", y aunque, durante el día la versión de Xoel se impuso, la madrugada le devolvió a César lo que es del César y no dejé de pensar en la original. Hoy aporrea con "Nadia", de Nixon, pero quiero que "Jessica" de Adam Green le gane la partida.

Annie Hall bien, gracias.

13/4/08

Miss Hall


Un par de veces al año, cuando me despierto y abro los ojos, primero el izquierdo, luego el derecho (nunca pude guiñar de otra manera), y la habitación comienza a dejar de ser un borrón y todos sus elementos se constituyen (allá unos tebeos, allá unas revistas, allá el calzoncillo que no recogí ayer), bien, un par de veces al año el DVD de Annie Hall brilla por encima del resto de DVDs y el lomo me muestra a Diane Keaton más guapa que nunca y a Woody Allen más "loser" que nunca, y bien, me encaramo y, desde la misma cama, extiendo el brazo, y lo cojo, y abro la caja y la galleta del DVD me enseña, además, a la puta langosta, y lo cierro y lo dejo a un lado, lo suficientemente cerca como para poder cogerlo en cualquier momento y ponerlo mientras avanza esta mañana soleada de domingo de la que Miss Hall se ha apoderado, como me ocurre un par de veces al año cuando me despierto y abro los ojos, primero el izquierdo, y luego el derecho (nunca pude guiñar de otra manera), y mi alma se emborrona y me cuesta seguir vivo.

4/3/08

Un hijueputa...


...me ha dado un toque en el paragolpes trasero de mi coche, tranquilamente aparcado en la calle Sevilla, mientras su dueño resolvía asuntos varios.

El bollo me recuerda al de muchos otros coches del mismo modelo que el mío, que, cuando he visto en la carretera, se me asemejaban a los bollos de las pelotas de ping pong. Cuando era pequeño y mi nivel adquisitivo no era el suficiente para comprar muchas pelotas de ping pong las ponía a hervir en un cazo y en no pocas ocasiones conseguía que sobrevivieran unos días más.

Lamentablemente no tengo un cazo tan grande como para que entre mi coche. Así que mañana llamo al seguro y al taller para que se lo cambien, que para eso cobran los seguros.

Lo que me jode es que no me pongan una puta nota. Así que le deseo al hijueputa que me venga el espíritu de Charlton Heston si me lo cruzo por la calle y reconocerlo para estrangularlo y que sólo me lo quiten "from my cold dead hands".

Aunque vamos, la semana pasada me ha servido para darme cuenta de que los problemas materiales de nuestro mundo no son problemas. Pero que gente "del tercer mundo" nos dé lecciones de civismo da que pensar.

27/1/08

Bittersweet Symphony


Tengo una curiosa relación con esta ciudad. Una parte vital de mi familia decidió cambiar de provincia y donarle a los paisajes alcarreños el protagonismo de sus nuevos amores y desdichas. Yo también la dejé guiar mi vida, durante el irónico lapso de 365 días, ni uno más, ni uno menos.

Después de la ruptura regresé a la ciudad que me vio nacer. Al principio no me reconocía entre sus calles amplias y luminosas, que para mi eran descaradas y hostiles. Pese a añorar muchos de sus rincones, al visitarlos no era capaz de recordarlos y me sentía como si un extraño estuviera viviendo mi vida

Un sentimiento agridulce similar me recorre ahora cuando vuelvo algún día y recorro los sitios en los que un día fui feliz, o al menos jugaba a serlo. Aunque han pasado los años una pequeña punzada escarba en mis entrañas hasta clavárseme en el pecho, bien adentro.

Aunque me río con ganas junto a los amigos y en los lugares de antes, la espina sigue dentro hasta que me marcho. Sólo la elimino cuando, en el retrovisor, la distancia hace más pequeña la figura del toro y mis lágrimas la hacen más borrosa.